Cuando entré a la universidad como estudiante de primer año, quería tener una fiesta en el dormitorio. Era como si un diablo me susurrara al oído cuando los chicos mostraban un juguete para chorrear. Por mucho que sea incómodo para las mujeres estar en esos lugares, la curiosidad me empujó hacia adelante. Quiero decir que fue el viaje más salvaje para darme la falta de aliento que anhelaba.